Y luego vuelve al revés

Exposición individual de Eric Valencia

“Toda sensación es una pregunta,

aún cuando sólo el silencio responda”

Gilles Deleuze

Existe un pasaje en el que se narra la fascinación de Leonardo Da Vinci ante un inesperado hallazgo en una pared; el artista y hombre de ciencia florentino hace un lento seguimiento con la punta de uno de sus dedos sobre unas manchas de humedad en un viejo muro descascarado y desvela que se trata de “una quimera de fauces abiertas” -tal aseveración es correcta-.

Tal recreación pertenece a la novela El romance de Leonardo Da Vinci, que data de 1900, y fue escrita por el simbolista ruso Dimitri Merezhkovski. No se trata en modo alguno de un episodio menor, pues este “pequeño” ejercicio es de gran trascendencia por lo que implica en cuanto al funcionamiento de la mente humana, así como también al surgimiento y desarrollo del fenómeno estético-plástico.

Podemos trazar una conexión que parte de Da Vinci, salta a Merezhkovski y toca al final a la obra de Eric Valencia, pero no sin antes pasar por dos figuras cruciales en el estudio e intento de comprensión de la psique humana; tanto Sigmund Freud como Hermann Rorschach se pronunciaron muy influidos por la novela y subrayaron ese desplante libertario de Leonardo para identificar a una de las fuentes del arte.

Y es que resulta fundamental establecer varias asociaciones posibles para acercarse al trabajo del hidalguense; el visitante que dé rienda suelta a su mente encontrará que las dos piezas de la serie Paralampasa nos remiten al famoso Test o prueba de Rorschach, publicado por vez primera en 1921, y que se convirtió en el resto del siglo XX en toda una referencia de la psicología para evaluar la personalidad. Lo que no deja de ser curioso, pues aunque aparentan ser simétricas, en realidad no lo son, debido a las variaciones que la elaboración manual trae consigo, es decir, el juego de espejos se torna en espejismo y el espectador aporta su propio bagaje. Es así que esa exuberancia de color que colma a quien mira a este par de piezas podría semejarse a lo que ocurre ante los enormes paneles pictóricos de los Nenúfares de Monet.

Pero algo a destacar en la serie de personajes ya mencionados, es que todos y cada uno de ellos nos remiten al ejercicio del pensamiento y su interpretación; una práctica muy presente en el modo en que trabaja Eric Valencia (Tulancingo, Hgo; 1981). A lo largo de los años de seguimiento a su producción he entendido la importancia que le otorga a pensar -casi obsesivamente- en el surgimiento de cada pieza y acerca del propio proceso que llevará a cabo; esa reflexión previa está al mismo nivel de importancia que la factura.

De hecho, en la pieza Sin título elaborada en 2007 -la más añeja en el conjunto- primero aplicó goma laca al papel japonés que sirve de soporte, después dio una capa de esmalte para terminar con la remoción de la goma laca; al final, el trazado se debe al espacio dejado por la materia que ya no está -la ausencia convertida en presencia-.

En el conjunto entero influye esa parte íntima e intangible de pensamiento y preparación, para luego “soltarse y dejarse ir” guiado por ese trance instintivo al que llamamos “gesto”. Se trata de un proceso que bien mirado se halla en los principios Zen del arte oriental, pero también destaca en el expresionismo abstracto; Valencia comparte esos impulsos y métodos tan propios del pintor alemán Gerhard Richter (Dresde, 1932), figura crucial para entender y vivir el arte de nuestro tiempo. Esos vínculos son más evidentes en las obras realizadas entre 2020 y 2021.

Pero tras ir tras el impulso y la libertad que le brindara el gesto durante un buen lapso creativo, a partir del 2018 y, alimentado por ese flujo constante de interrogantes y especulación, ha probado con lo que el propio artista denomina “anti-gesto”, en el que predomina un control completamente consciente de cada uno de los elementos plásticos que conforman las piezas; por ejemplo, en la serie que tiene a los rectángulos como eje rector, a las figuras se les da un tratamiento de color más intenso en comparación con los fondos, tal y como se maneja tradicionalmente un paisaje; mientras que a las manchas reciben un tratamiento de color como si recibieran luz y proyectaran sombras. Aquí se aprecia otra parte de su búsqueda estética y que tiene que ver con esa tridimensionalidad de la pintura, ya que la materia misma aporta volumen físico -más allá de cualquier efecto técnico-. Algo que es perceptible aún en su formato digital, aunque en las pinturas es mucho más notable.

Coincido con Valencia -tras sumergirme en la observación y degustación de las obras, como lo hará también el lector-, en que representan un diálogo efectivo entre los propios materiales y el realizador o ejecutante, pues a Eric le preocupa no sólo la función sino los propios arquetipos que rodean a la figura del artista.

Encontramos a un creador (aquí no puedo ni él puede esquivar el calificativo) que se plantea con seriedad una relación estética con la pintura, un vínculo que plantea como muy relevante el aspecto relacional entre su persona y las cosas; un concepto que se estira, con sus propias palabras, hasta tender: “relaciones entre las cosas, entre yo y las cosas, entre nosotros y las cosas, entre las ideas y nosotros”.

En esta colección se percibe un llamado de la propia materia que se expresa a través de la composición, la densidad del trazo y la gama cromática -que puede explotar en unos casos o contenerse con prudencia- que la acompaña. Es el resultado de una relación en un determinado y delimitado tiempo y espacio entre un esteta que no cesa de cuestionar a la materia prima con la que trabaja y que le sirve también para afirmarse a una vocación en progresión constante.

Juan Carlos Hidalgo, 19 de Agosto de 2021.